martes, 9 de noviembre de 2010

martes, 9 de noviembre de 2010 0

miércoles, 27 de enero de 2010

VIAJE II

miércoles, 27 de enero de 2010 0



El último cabezazo al viento fue mas certero que todos los anteriores. Certero al espacio, a la nada misma, al shock instantáneo de haber hecho algo en el momento exacto. Esa vez no me perdí en el sueño nuevamente, no pude volver a buscarlo porque la micro llegaba a la última estación. Metro las rejas. Las ansias de sueño siempre llegan más cuando se que debo bajar, mi dedo índice busca el timbre tras quince manos que intentaban hacer lo mismo, luego de la primera que ya lo había hecho. Me enjuago en medio del bote que se vaivenea al descender de la 401. El sol se deslizaba tímidamente por los espacios cubiertos de sombra veraniega. El poleron comienza a sobrar a la vez en que desciendo por las escaleras de la estación.
Trato de adelantar el taco peatonal de una señora que hace intentos de apuro, pero que no son lo suficiente, por el lado izquierdo alguien me impide adelantar y el sudor comienza a correr dado la desesperación que no se justificaba -tenia media hora para llegar a los héroes y hacer combinación con santa Ana hasta zapadores- lo que restara, era pega de la micro roja B01, directo y sin rodeos hasta Av. El salto.


En el metro corre una sensación de estado cero. Donde quepas, las manos en el fierro-pilar que sostiene miles de columnas corridas y zamarreadas por las detenciones: “se les informa a los pasajeros que el recorrido será interrumpido por fallas internas, el metro se detendrá unos minutos mas que lo habitual”. Cada vez que se escucha esa voz, se siente el resoplo de aquellos que aun no se han adaptado a algo que parece regla habitual. Trato de detenerme en los avisos publicitarios del costado superior de las paredes del vagón, observo cada uno pero no leo ni retengo nada, es solo aquella distracción que te impide atropellar a otro tipo que mira en sentido contrario y que pareciese atravesar tu imagen transparente detenida, exhalando casi en tu frente, de la manera mas incomoda posible. Porque la incomodidad hace fiesta cada vez que uno se detiene en una postura que espera definitiva al interior de un vagón. Incomoda la gente cerca, incomodan las miradas transversales, incomodan los movimientos extra programáticos de la espera, incomodan los ojos cansados y las caras de desgano, contagian, y terminan por seducirte para acompañar en el dolor al ajeno. Comienzas a sufrir y a desesperarte sin quererlo.
Cierro los ojos en U.L.A. los mantengo cerrados por un instante, solo espero que la Dani no me llame ahora por qué no podre contestar, de seguro eso delata el atraso, y hace a la justificación algo errante. Las evidencias pueden mas que las palabras y eso lo sé. Abro los ojos en patronato, y ya casi llego a zapadores. El vagón está mucho más vacío, pero a esas alturas ya he sido víctima del contagiado desgano.
Zapadores tiene una escalera mecánica extremadamente larga, me siento como un minero ascendiendo del pozo séptico de minerales al terminar su jornada y ya exhibo gotas de cansancio antes de comenzar el día laboral.
En el paradero, me cuesta reponerme del atropello. Cuesta volver a rearmarse y a entender que existe un espacio límite que no se debe violar, por eso los tres o cuatro que esperamos quizás la misma micro, estamos extremadamente cerca, en un sector del paradero. De apoco algunos se sientan, otros caminan hacia el borde de la calle, otros miran la hora.
Entre los puestos de la feria a instalarse, se desprende el rojo de la micro que me llevara a dos cuadras del centro bip.

Cuando veo que son las 9:15, ya estoy abajo caminando hacia el centro. Paso por el local de compra-y-venta-de-fierros-y-latas-a-mil-por-kilo, el olor a perro descompuesto se arranca por los portones azules cerrados. Aun es demasiado temprano para caminar rápido.
Al llegar al centro bip, intento mirar a través del espejo de la hija del dueño del taxi que atiende media jornada. La veo ojeando un libro, como preparando la lectura, la interrumpo, ella interrumpe a su madre quien con su cara dura y con olor a chuchada limpia me abre la reja de su casa, para que pase a su baño a cambiarme. Sé que esto ya es mucho, los días anteriores me había cambiado en el pasillo. La desconfianza acá no es un pecado, y se acentúa mas que en muchos de sus vecinos. El baño es de un cuadrado casi perfecto y tiene espejos en tres de sus paredes, uno de ellos quebrado en una esquina. Mi madre diría que es un baño maldito por esto último, yo salgo antes de tomar agua, mirarme un buen rato al espejo y peinarme.
Al cerrar la reja tomo los folletos, los arrumbo, miro mi banano, enciendo mi mp3 y comienzo a caminar hacia Av. El Salto. El olor a mañana es implacable. Es madrugador, frio, recorre las fosas nasales casi sin cautela, de manera totalmente invasiva. Muy poca gente transita por la calle. Decido no entregar folletos hasta que le compre el diario al viejo que siempre saluda y que me termina diciendo breves frases montadas entre si y que nunca termino de entender por completo antes de despedirme y agradecer. Voy hacia la plaza, busco alguna banca que no esté rota por aquellos que pensaron en ellas como lo primero para poder extraer algo que pareciera un arma de batalla. Decido sentarme en el pequeño quincho que aun reguarda la nada de sombra que aún queda.

En la radio tocan un reggaetón, sin siquiera avergonzarse. Nadie puede escuchar un reggaetón a esas horas, me quito los audífonos, y me detengo solo en los titulares del diario y los frenos de aire que corren hacia la ciudad empresarial. A las 9:45 me levanto siempre con un hueso de la cadera dislocado y camino breves pasos antes de que este se ubique nuevamente con algo de dolor.
Hoy no entregaré ningún folleto. Esa es la primera decisión importante que tomo, la primera del día y casi saliendo con el décimo sol. A calor apático, decisiones apáticas, eso creo. Los que siempre me sonríen lo siguen haciendo, los que nunca lo hicieron, creo que ya no lo harán. Entiendo que los invado. Eso lo descubrí el primer día.
Algunos se arrinconan en las paredes mirando no sé que cuando paso a su lado, sé que me están evitando, por eso decidí saludar a aquellos, ya que los vería por los próximos días. No quería sentirme como un Mormon (personaje indeseable en el camino), que la gente dijera: “y ya viene este gueon otra vez”. Ellos saben tan bien como yo que no pertenezco al paisaje. Me lo hacen saber algunos sonriéndome, los que no, tienen otras formas algo mas extrañas que se han ido acentuando con el correr de la semana.


Un día depende completamente de cómo se desarrollen las primeras horas de conciencia. No te deja muy tranquilo el hecho de que tu mañana sea interceptada a eso de las 10:00, por un auto de los pacos seguido de dos motoqueros de la misma unidad, y ver como atraviesan zapadores; como Jesús abrió el agua. Así, levantando polvo tras sus ruedas, pareciese que las casas se hacen a un lado tras su andar. Luego de la caravana fúnebre de la libertad, sigue un silencio consensuado por unos minutos. Todo de nuevo.


El primer cartonero llega a la compra-y-venta-de-fierros-y-latas-a-mil-por-kilo pero no descarga nada, solo conversa con el tipo que abre el portón azul, lo mira un instante mientras el tipo hace su primer esfuerzo para despegar de las piedras el gran muro metálico, el rio parece retomar su cauce. Camino lento por la calle que parece bostezar, La mayoría (de los que saludan), me agradecen por el nuevo centro bip, porque la farmacia cerraba a las 6:00 PM y el almacén de la plaza cargaba cuando quería. Yo les digo que me alegro por que no se que mas decirles. Podría reír (como lo hacia los primeros días), pero luego entendí que me lo decían genuinamente. No era una broma. Creo que las palabras iban adornadas con el siempre: y hasta que se acordaron de los pobres). Muchos ancianos me miraban con ese agradecimiento, casi que tratándome de usted, y los mas ancianos aun, miraban de inmediato el suelo al hablarme. Los otros (los que no saludaban), me miraban desde lejos, se empujaban entre ellos, emitían chiflidos y cruzaban las calles. Pero eso fue a partir del tercer día, porque antes el blanco de mi polera los aturdía, creo. Tienden a pensar que todo aquello que sea una prestación de un servicio viene del estado, del gobierno específicamente, de los que mandan. Ahí entendí el porqué de su agradecimiento y el porqué de sus reverencias cuando les entregaba un folleto. Creo que pensaban que casi era la presidenta que me enviaba, y que casi les saludaría con un palmetazo en la espalda esperando la foto. Eso era por parte de los que saludaban.
La reacción se torno plenamente contraria por parte de los que no, aquel último día.
En la esquina de la calle Uruguay, que parecía ser interceptada por un verdadero parto improvisado en el medio por un montón de arenilla y piedras, todos los días, a eso de las 11:00 del día, una pareja de ferianos ponía un puesto de ensaladas armadas previamente y guardadas en una bolsa plástica transparente que parecía estar embarazada de aire.

-Que bueno que pusieron un centro bip ahí.
- me alegro que les sirva.



Le digo al tipo de lentes que parecían lupas. Al rato de un silencio de sonrisas y mientas se aproximaba lentamente a mí, me pareció que quería hablarme. Yo comencé a jugar con los folletos, y a mirar calle arriba.



-Esta gente, es gente buena, es gente de trabajo, salen temprano por la mañana, y llegan como a las 6:00, a esas horas el centro se va a llenar.
-Muchas gracias, me sirve lo que me está diciendo, para no tener que andar parado en las esquinas.
-¿Tiene miedo?
-No no, para nada. Lo digo por el calor.



El tipo se me acerca casi que contándome un secreto, mientras ponía sus manos tras de su espalda como un militar.



-Esta gente no es mala, los de la población de abajo son malos. A esos téngale miedo, no se meta para allá, por que los de acá son puros obreros de la contru, ¿ve la piel?, negrita, el sol pone la piel negra de la gente. Póngase algo, alguna crema, para que no se tueste.



Las casas no tienen ante jardines como en Maipú. Pero no me sorprende del todo. En Conchalí, éstas no tenían ante-jardín. Las ventanas estaban casi que a la disposición del peatón. Lo recuerdo por que la casa me mi abuela era la única que si lo tenía. Mi abuelo la había construido, por que trabajaba en eso y gustaba de los naranjos y limones, pero no sabía que la proximidad de los árboles hacia que sus raíces se mezclaran y de fruto solo se obtuviera algo parecido a unas mutaciones naranja-amarillas. Pero da igual. No todo lo que es para comer, se come. Mucho de esto solo se ve. Algunos viven viendo lo que se come, pero jamás lo harán.
Siento que caminando la hora pasa más rápido y mientras más largo el tramo, más se acerca el cambio de turno. a las 12:00 Chinoy se apropia de mi mp3 y lo dejo ahí, corriendo hasta que la batería del aparato así lo permita. La sombra solo es generosa con la vereda de enfrente. De este lado el sol pega en las paredes, pero no parece revotar. Calculo que debe haber unos 37 grados, si no es que mas. Mi frente suda y gotea por mis patillas, mi barba parece bañada de el liquido salado, que seco de vez en cuando con mis manos. Las calles son solo tierral, al borde de las cunetas en las equinas, se deposita un líquido de color plomizo y olor a pescado descompuesto. Intento mirarme en el espejo de cada uno de los 12 almacenes que en una cuadra se aglutinan entre carnicerías, bazares y verdulerías. Solo una ofrece comida para perros, al lado del centro Bip.
Que distinto es este barrio a Matucana, por ejemplo, lugar que me había correspondido con anterioridad. El barrio Yungay es mucho mas amable, porque las veredas son mas cortas y los árboles igual de grandes, por lo que hay mucha sombra. Acá parece que el sol es el protagonista, si miro sobre las casas veo los cerros pelados, cafés, arrumbados como dunas del desierto. Era la razón del calor, me lo dijo el dueño del centro bip. El de cara apática y ojos verdes. Recordé que mi profesor de historia decía que en Hiroshima la causal del desastre junto con la bomba misma, fueron los cerros. Fue como detonar una bomba dentro de un saco. Algo así pasa en el salto, pienso. El calor no huye, se encuentra cómodo en esta olla a presión, que bien cerrada podría rostizar a todos sin que se dieran cuenta, a los de este paisaje claro. De seguro yo moriría mucho antes. A ellos el calor no parece incomodarles, no veo a nadie sudar. Solo mi frente y de manera excesiva. A esas horas, solo miro el suelo mientras camino. Evito mirar el celular. La espera es infame para el que sabe contar.


Desde la mañana el ambiente estaba raro. Era mi último día y ya casi me sentía del barrio. Mucha gente me saludaba con un “buenos días”, yo gustoso les respondía con lo mismo y una sonrisa.
El color de piel se había oscurecido tibiamente, pero aun parecía un disfraz. Los días anteriores me sorprendí viendo la micro blindada de los pacos -tal cual como van a controlar las protestas- avanzar lentamente por las calles y pasajes, como un enorme cocodrilo esperando con ávida paciencia el parrandear de su presa. Sabía que por su lentitud, no iban hacia ningún otro lado que no fueran aquellas calles grandes y secas. De vez en cuando un par de tipos sobre una moto escúter se detenían en las esquinas, daban una vuelta en u y se perdían con el sonido de su tubo de escape por alguna calle abierta.


El Evans me había contado cuando nos topamos en el cambio de jornada el día anterior, que lo habían interrogado unos Ratis en medio de la calle. Le habían mostrado unas fotos del “cara de muerto”, y se habian mostrado bastante insistentes, creo que dijo "catetes", pero el señaló que no lo conocía, que ni siquiera lo había visto. Arqueo sus cejas de esa misma forma cuando lo quede mirando con una cuota de incredulidad.


Paso por el centro bip y la niña teclea su notebook mientras no había nadie solicitando su atención, me embarco en la vuelta número quizás cuanto… llegaré a la plaza, daré la vuelta por el semáforo y volveré por la vereda de enfrente calle abajo. Decido dar la vuelta mas larga de todas, hacia el otro lado de la población.
Mientras esperaba la calle libre para cruzar, me detengo en dos tipos que sobre un carro cartonero, tomaban la excitante curva de Zapadores con av. el salto casi que volcándose, el piloto hacia ademanes de estar manejando un camión, mientras que el otro tipo tenía una postura de infante, tratando de no salir disparado del carro.
-¡¡cacha gueon, acelera, acelera!!- escucho decir justo cuando tras de ellos corría un niño que representaba no más de 11 años y le pegaba con un tubo de cobre en la espalda al tipo que pedaleaba con dificultad. El carro se detiene en medio de la calle, sin pudor al taco de micros y autos que originaba, miró al pendejo con su mano derecha simulando unos binoculares, y siguió su rumbo. Miré hacia la esquina y un grupo de 12 niños mas o menos de la edad del agresor, calculo, le felicitaban el golazo de media cancha.
Cruzo la calle rápido con el semáforo en rojo, y camino hacia abajo.
A mi lado sentía que un exceso de mujeres rubias con shorts cortos y brazos marraqueteados, pasaban frecuentemente. Era bastante raro, porque hasta ese día solo la tercera edad caminaba a mi lado y recibía los volantes. Pero en ese momento recordé que por toda la mañana habían pasado más jóvenes. Lo recordé cuando tuve que hacerme a un lado, mientras una pareja de tipos colorines y con pantalones apitillados pasaban mirándome sin hacerse a un lado. No iba a reclamar mi espacio ahora. Mi piel puede haberse tornado mas morena, pero no era causal para olvidar que ahí no pertenezco.
De un momento a otro, aquellos que no saludaban comenzaron a apoderarse de las esquinas. Junto a ellos una serie de silbidos y golpe de palmas al pasar me seguían sobre mis talones. Algunas risas chillonas, algunas conversaciones a voz baja. Comentarios, risas, miradas. Mucho calor. Demasiado sudor en mi frente, solo me quedaba una hora para el cambio de turno.
Llego al paradero del extremo opuesto a la plaza, en donde comienza la población hecha a mano, con jardines delanteros tomados, con cajas de madera en el suelo y sillas de playa, con exceso de almacenes de lo mismo, con espaldas peladas brillantes, con pelo corto y manos gruesas.
Por un momento, pienso en no seguir. Veo que hay mucho movimiento, pero atontado por el sol continúo el camino arrastrando los pies, siento que me voy a desplomar en cualquier momento, escucho desde lejos a Chinoy y no reconozco la canción. Solo siento lo que va pasando en ese preciso momento, junto a mis rodillas que de vez en cuando chocan y mi mano empapada de sudor extraído desde mi frente. Antes de llegar a aquella línea divisoria llamada “Uruguay”, siento varios gritos de niños que zambean chapoteando en una gran posa, un grifo vomita el caudal enfurecido, para bañar a unos cuantos feligreses. Al costado de la vereda de aquel cuadro, una señora un tanto gorda mira el cuadro con una profunda sonrisa, de lejos me mira y me sonríe de manera expresiva, no sé si las energías me dieron para sonreírle, o solo la mire fijo.
Paso en frente de una casa de dos pisos, con su fachada que parece de cartón pero que igualmente simula un castillo, miro hacia arriba no sé porque, y escucho un chiflido casi en mi oreja. Al otro lado de la calle, un tipo con algo que parece una escoba me mira serio, lo miro fijo, y sigo el camino. El cemento desaparece bajo mis pies, dando paso a tierra firme. Piedras, y un centenar de quiltros que pelean sobre el polvo, en donde siempre uno sale arrancando, y los demás siguen chocándose entre sus colas y hocicos. A un costado de la vereda y sobre un techo que parece caerse hacia un lado, un letrero de un candidato a diputado, parece sonreírle al viento que no existe, celebrando un apellido británico y abrazado a Sebastian Piñera, me saluda. Aquel cuadro me recuerda a una carátula de alguna pelicula que mal recuerdo. Seco mi frente con mi antebrazo izquierdo.
Siento que he caminado demasiado. Los departamentos lejanos, que solo veía a través de la ventana de la micro que a diario tomaba, ahora estaban sobre mí, miro hacia su parte superior y el sol quema mis pupilas encandilándome, me sostengo de la reja del recinto. Miro hacia la población que había dejado atrás. Siento que las casas me miran, me miran sus paredes de madera, sus ventanas de vidrio o plástico me hablan, el sol me quema, me comienza a derretir, siento que quiero sentarme, siento que tengo que volver, ya casi es la hora del cambio de turno.
Aquella canción de Chinoy fue la última, la batería de mi mp3 me abandonaba, al igual que mis fuerzas.
Miro mis brazos y me parecen mas negros que nunca, por alguna razón quité mi gorro, y mi frente al descubierto parecía un recién nacido. Decido caminar derecho, me recorría aquella sensación de cuando pequeño, jugaba al “palo y al burro” y perdía, tenía que pasar por el callejón ninja. Con las manos en mis genitales y los brazos encogidos protegiendo mi estomago pasaba a saltos de canguro. Rápido, el talón de mis zapatillas arrastraba el poco de energías que me quedaban, necesitaba agua, necesitaba un árbol que tuviera copa, necesitaba sombra, mis ojos acentuaban el paso discontinuo y errático de mi impulso. El polvo que despertaba mi caminar, hacía que por un instante me sintiera en una película de vaqueros. El tipo que me había silbado hace un momento, ahora miraba hacia dentro de su pasaje. Decido no mirar, caminar derecho, recto, mis manos sudaban.
Los silbidos ahora seguían reiterados en intervalos cortos y profundos.


- no son para mí- me dije en la oreja que expelía humo.




Más silbidos. -No son para mí-




-¡OE ¡ ¡OE!- -Camina mas rápido -




Mas silbidos y gritos. -No son para ti- me repetía una y otra vez.



Una piedra rebotaba en una reja a mi costado asemejando el ruido de un campanazo de recreo. Me convenzo de que fui yo quien la pateo sin querer, al no levantar los pies en mi caracoleado caminar. A mi lado el negocio de verduras frescas y mosqueadas, en la tierra las cajas estaban ocupadas por algunos tipos que comían duraznos a puras chupadas, siento que todos me miran, siento que mi polera blanca, es mas blanca que nunca, y que mis zapatillas hacen más ruido que siempre.
Casi llego al paradero que dividía a los que saludan de los que no.
Solo debo atravesar la calle, pero justo me atraviesa un auto de pacos, veo que me miran, que van a abrir la ventana cubierta de una rejilla negra, por un instante siento caerme sobre su puerta, pero cruzo la calle caminando rápido, llego al único árbol que da sombra y comienzo a ver todo en su tono natural, la gente comienza a sonreír. Yo no miro a nadie, solo camino rápido casi que corriendo. En la vereda de enfrente los tipos colorines que me habían exiliado de su vereda hace un momento, estaban asomados a un portón que ocultaba algo parecido a un garaje de autos espectaculares.
Veo a lo lejos que en el centro bip esta el Evans. Me mira con risa de niño.



La micro se demoró en pasar más que otras veces, voy con mi polera en la mano junto a mi mochila. No quise pasar al baño. A penas el dueño del local abrió la puerta, entré casi que corriendo a buscar mis cosas y me despedí, quizás no lo hice, no lo recuerdo.
Miro por la ventana, siento despedirme y odiarlos, siento sonreírles y no. Mis brazos están morenos, mis manos sudadas. Comienzo a recobrar la calma, a llenar el cerebro de oxigeno para que el cuerpo desarrolle su proceso como corresponde. La sangre bombea mi cabeza luego de atravesar un lomo de toro chúcaro. Me detengo en el fondo de la calle, que parecía perderse entre colinas y un letrero ACME.






A eso de las 10:00, un auto de pacos se deslizaba por zapadores hacia el salto, miré por sus ventanas, y entre ellos iba él, el cara de muerto.
El tipo iba callado, mirando hacia abajo, se notaba que aun quedaban rastros de su pieza y su cama, el sueño no era fiel a su horario. “ya se mando una cagada este gueon”, dijo un cartonero que pasaba justo en ese momento a mi lado. –Que no se deje de guebiar una semana que sea ese gueon-.
Pero la gente no comentó nada de ello durante la mañana.
Yo no comenté nada de ello con mi memoria, la alegría de estar cursando la última vez que pasaría por esas calles a esas horas, me tenían plenamente concentrado. El dia había comenzado distinto, como aquellos destellos que te avisan que algo va a pasar. El silencio otorga, dicen.


El Evans me dijo que no había dicho nada.
Pero no le creí.

Miro hacia los lados, y en la micro no había nadie más. Por un momento, el tiritar continuo y el calor que quemaba dentro de la màquina, me hizo sentir salteado dentro de una gran paila escupida de grasa, el ronroneo grabe del motor quisquillaba mi estomago y mi espalda que pegada al asiento por el sudor, parecía adherirse al material gomoso. Entro a Recoleta, los colores algo más oscuros, menos fosforescentes, menos sol, menos cerros, mas aire, más gente. Hasta la micro pareciese que ahora se deslizaba por una pista de hielo.
Seco mi frente y cambio de polera antes que suba alguien a la micro.
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miércoles, 18 de noviembre de 2009

Viaje I

miércoles, 18 de noviembre de 2009 0





- Oye disculpa, ¿Hasta la plaza de Maipú?
- dos lucas compadre, dos mil quinientos hasta la casa.


Suelto el techo negrobrillante del vehículo dejando la huellas dactilares marcadas en un auto retrato de vaho y me lanzo hacia atrás en una maniobra corta, froto mi cara con las manos y suspiro profundo. Pienso un rato en nada, miro hacia la Plaza Italia tras el semáforo en rojo y en su fondo solo luces de tonos naranjas, que trancadas interactuaban como luciérnagas teñidas de fuego. La noche generosamente estaba menos fría que en otras ocasiones en ese lugar, más o menos a la misma hora.


- vale compadre-


No sé si tomé la decisión de no subirme al colectivo, quiero hacerlo, nada mejor que llegar en auto a la casa y desde plaza Italia atravesando de este a oeste los fantasmas de un viaje que es extremadamente largo.
Tengo la capucha de mi chaqueta sobre el gorro gris, supongo que mis ojos al igual que el bolso café cruzado en diagonal sobre mi pecho, casi no se ven. Por alguna razón antes de que la nani y su pololo nos trajeran hasta la Alameda, decidí que debería esconder mis pertenencias bajo mi chaqueta larga. No debería haber venido, lo sabía, siempre supe que no debía hacerlo, que me arrepentiría. No sé porque pero cuando escuché la palabra BOCACCIO, traté de huir de ella, entrometiendo conversaciones sin sentido y planteando problemáticas irrelevantes: “puta que hace frio”, “¿y las demás chiquillas que no vinieron?”, pero la titi y la nikol ya habían tomado una decisión, querían ir a bailar. Por eso me despedí de ellas en la puerta del antro con nombre de restorán italiano. Querían-bailar-a-las-dos-de-la-mañana, a decir verdad, siempre quisieron, esa era su idea, ir al cumpleaños de la Carola en la villa portales, compartir casi que por educación y luego desprenderse de los deberes éticos y para dirigirse a lo que se dirigen muchos los días sábados, a perderse en algún lugar perdido. Yo no quería por varias razones (que podría inventar con facilidad cuasi espontaneidad), la fiesta de la cultura del bicentenario en la quinta normal había estado bastante buena, mucha gente, se notaba el variopinto de sus vestimentas como las muchas intensiones en cada uno (¿alguien realmente estaba celebrando el bicentenario de nuestro país?) pero todos mirando hacia adelante, hacia el escenario viendo como Chico Trujillo ya entrada la tarde, movía las piernas de los oyentes, como aquel el tipo que hace bailar marionetas en el paseo ahumada, todos sin peinar, muchos coreando las canciones, otros coreándose una escudo, algunas gringas coreándose de la fiesta que de seguro creían que era Santiago. Pero Santiago no es fiesta, Santiago es lamento, es grito, es maldición, es un pueblo que cree ser la capital del carrete de la primera frase bien armada como “la fiesta de la cultura del bicentenario” y vamos a darle, a lo que venga, sin importar quien este ni quien salga, hay que ir porque esto sucede una vez al año, de ahí la poca costumbre a aprovechar los espacios públicos. Si sacas a la calle a un perro que no sale nunca de su hogar, de seguro caga y mea en todos los Árboles.

Un tipo delegado de pelo espumoso con una polera como la de Freddy Krueger, ni preguntaba el precio y junto a un par de tallas que encontraban eco en el chofer del colectivo parado a un costado de la calle, entraba sin más al auto. Ya estaba en su casa, se le notaba en su cara, vi su pasividad desde el paradero apoyado en un pilar cerca del basurero, a mi lado, otros desparramados esperando alguna micro para atravesar el rio alameda. Miro la hora en el celular, las 2:47, buena hora para que no pasara absolutamente nada de locomoción. Cada vez que miras la hora luego de un carrete y esperando la micro, quieres mas tu casa, puedes imaginarte acostado mirando el techo, amarrándote a la almohada y disfrutando el espacio casi como un ex reo, sin casi sentir el eco del olor a nicotina ni a ron Varadero, del que es víctima una pieza sabatina.

Siempre supe que no debía haber ido al cumpleaños de la Carola. La babi, la valo, la margo y su pololo, la emmy, y la titi y la nikol. De ellas no quedó nadie al irnos. Iluso pensar que los carretes de antes se pueden repetir y es una insensatez ridícula, jamás volverán aquellos carretes ni aunque juntaras a todos los que alguna vez fueron aquel cuadro bullicioso de ires y venires, decires y gritares, coreares canciones y las bailares, saludares y conversares estupideces geniales, tomares y dormires en sillones o donde cupieres. Aquel cuadro ni se comparaba con el de hace un rato, sentados todos alrededor de la mesa/banca de madera y tres cervezas unos cuantos vasos medios llenos, y el silencio haciéndose parte de la noche cada momento en que alguien terminaba una conversación con una sonrisa (ni siquiera una risa). Cuando salimos a comprar nadie quiso encargarnos nada, miramos sus caras como si hubiesen dicho una aberración, en cambio, parece que "callar" esa noche era un asesinato. En otros tiempos el silencio salvaba vidas.

La primera micro en treinta minutos se veía venir casi que con temor. La cuncuna gigante se doblaba al cruzar la curva de la plaza Italia y todos quienes estábamos en ese paradero vimos aquella salvación, algunos la alcanzaron, otros como yo, continuamos esperando la que efectivamente nos sirviera. La 401 era precisa, la 506 era casi la gloria, pero era inútil. Tres o cuatro 412 pasaron continuamente una tras otra como haciéndome burla, el jubiloso del colectivo me miraba tras la ventana, ¿a caso creía que lo envidiaba?... lo envidiaba, pero no precisamente a él, cualquier persona que estuviese en el colectivo a esa hora y en ese lugar seria fruto de mi envidia mas desenfrenada. Meto mi mano en el bolsillo superior de mi chaqueta negra y saco un billete de mil pesos, el resto solo monedas, las cuento: $ 1.500 En punto. Al sacar la cuenta me vi sentado tras el humorista con los hombros caídos y la espalda curvada mirando la pasividad del gris humo del techo, di unos pasos hacia el colectivo pero me percaté de que venía otra micro. Suelto las monedas y sostengo el pase escolar con mi mano izquierda con fuerza. Era la 401, pude notarlo de frente con el letrero de luces amarillas y pude justificarlo también en su ventana trasera, cuando ya había pasado sin parar por el paradero. Mire la hora, las 3:30, ya estaba bueno. Subí al colectivo.
Me acomodo en el asiento trasero segundos antes de que otro tipo suba a mi lado tras saludar al chofer, que solo le faltaba algunos collares de flores sostenidos por su antebrazo y ya su auto parecía un crucero. Miro por la ventana que da hacia la vereda, unos pantalones blancos de mujer medios masculinizados, una cintura femenina, que le hablaba sobre el techo al chofer: voy a Maipú, a las terrazas, te pago lo que sea. El asiento de atrás se llena.
El chofer sube y hecha andar el motor, un tipo se asoma por la ventana y le dice algo, el chofer sale del auto dejando la puerta entre abierta. El silencio se apodera del interior del colectivo, el copiloto mira por el retrovisor a la mujer que buscaba algo en sus bolsillos. Miro hacia el paradero y veo a un tipo joven moreno, con los ojos que saltaban hacia todos lados como los de los antiguos osos de peluche, se vaiveneaba mientras le pedía algo a un pareja, pero no los asaltaría, era una actitud como de suplica, la pareja sigue mirando hacia la Plaza Italia, el tipo besa la frente de su mujer y la abraza firmemente, el joven sigue su caminar zigzagueando por la vereda. El chofer sube al colectivo y parte. Siento calma, jamás la tendría de haberme ido en la micro a esas horas. Me convenzo de que los 2.500 que pagaría eran una muy buena inversión, sin duda. Meto la mano a mi bolsillo y cuento el dinero nuevamente, nunca me ha gustado pedir que me lleven por menos plata. No me gusta pedir cosas, a nadie. No creo que goce de abundancia, pero me avergüenza, creo que esta actitud la heredé de mi padre. Pero sé que es una desventaja, en Santiago el que no sabe pedir no sabe caminar del todo bien, eso lo tengo claro, pero siempre me convenzo de que las cosas cuestan algo, por algo y punto. Siento que en definitiva es un trueque. Cuento las monedas una y otra vez, y me parece increíble que tenga 2.500, justos, como si lo hubiese pensado con anterioridad. Pero sé que no fue toda gracia mía, las chiquillas quisieron comprar cerveza y no un copete más caro, yo accedí por que el carrete no daba para mas, puse solo mil pesos, para la cerveza, y compre un Belmont chico, nunca compro de diez. Pero en ese momento lo hice. Y encendí un cigarro de inmediato apenas la tipa que atendía me pasaba la cajetilla.
Nunca había mirado la villa portales desde este lado. No me refiero a un lugar específicamente físico. Hablo de aquel lugar de la conciencia, ya maduro, plenamente consciente de mis actos, sobrio, tranquilo, mirada hacia adelante mientras se camina o se habla. Luego de escuchar a los intillimani en la fiesta cultural andaba absolutamente sensible. Mientras la nikole me contaba de algunos asuntos sueltos empujándome, dice ella, que inconscientemente fuera de la vereda mientras caminábamos, pero yo andaba en otra. Que frio que es ese lugar, tiene ese sabor a cemento como a la Alemania democrática del 60. Casi que la unión soviética, los cuerpos de concreto de las paredes eran gigantes, nunca había mirado la villa portales como un bunquer urbano. Cuando le preguntamos a la Carola la dirección de la botillería, me pareció tan sencillo, que casi era una torpeza volver a preguntarle para certificar bien lo comprendido.
Pero la villa portales no está pensada para la sencillez. Sé que en el gobierno de Allende, aquellas llamas viviendas sociales era un proyecto revolucionario como la revolución misma. Mi padre me contaba que fue el ejemplo de muchas otras urbes pensadas en otros países más adelantados en Europa. El mismo ejemplo que seguramente sería el éxito de la primera llegada de un gobierno socialista al poder democráticamente elegido. Nunca sabremos si aquel proyecto país hubiese sido un éxito, para muchos lo fue, para otros fue justamente lo contrario, un infierno. Pero es entendible, porque la alegría para muchos, es la tristeza para otros. Es por eso que jamás existirá aquel “mundo feliz” del que hablaban los hippies en los 70, porque su mundo feliz, no era tan feliz para muchos de sus padres o vecinos con ganas de Charleston. Caminar por aquellos pasillos/calle y de noche, es extraño. Sentí que huía, que me perdía cada vez que caminaba una cuadra mas buscando la botillería. Me sentía una bolita de acero en un juego de laberinto de manos. Todos entendimos lo mismo de lo que nos dijo la Carola; derecho por la calle principal, al llegar a los primeros departamentos doblas hacia la izquierda, caminas unos metros y ahí está.
Resulta absurdo perderse en unos cuantos metros. Pero es que las calles no eran rectas, no terminaban en otras calles como en los demás barrios de Santiago, terminaban porque un departamento se interponía sobre las casas bajas, de patios grandes, casi que atravesándolos, circuncidándolos, como numerosas cruses de edificaciones distintas, departamentos sobre casas con grandes patios, una serie de casas de dos pisos golpeaban en el estomago a un block suelto de manera diagonal – igual hay buenas casas, con buenos patios- decía la nikole, pero quien quisiera vivir en una buena casa con un buen patio, en un mal barrio. ¿Mal barrio? ¿Era un mal barrio la villa portales?, dejé de pensar en lo que todos hablaban de esta villa, y de lo que yo creía y volví a hacerme la pregunta de otra manera ¿viviría en la villa portales?, ahora no. La respuesta siempre fue negativa, pero por inercia, luego, al mirar las casas bonitas de patios bonitos… ¿Qué tiene la villa portales que te aleja de ella?


- flaco, déjame aquí en moneda, no hay drama enserio, me siento medio mal-
-¿vai a vomitar?
-me siento medio mal, tírate aquí a al paradero y me bajo, no hay drama-
¿Te abro la venta mejor?, así vomitai pa afuera, y no me vomitai el asiento que sale medio caro después-
-dale, mejor-


El colectivero se detiene en segunda fila antes de llegar a moneda, en frente de un semáforo que parpadeaba el rojo, luego sigue el camino, la tipa asoma la cabeza por la ventana, inhala profundo, y se desploma semiconsciente sobre el asiento.


-¿te sientes mejor?
-sí, mejor dale y yo te aviso cuando parar y me bajo, sigue el camino a Maipú, y yo te aviso, no hay drama.
-perfecto, avísame entonces.


El humorista le tira una talla al chofer sobre el precio del tapiz de un asiento, el tipo se ríe, y comienzan a hablar sobre autos, motores, y rodamientos. Nada de mi incumbencia, interrumpo la conversación y le digo al tipo que cancelo 2.000 hasta la plaza, y ahí veo si sigo o no. El tipo no pone problemas. Los ronquidos de quien iba a mi lado me empujan hacia el asiento, tras la ventana la noche está más ronca que nunca.

Recuerdo cuando mi padre nos contó la historia del su hermano René, y la villa portales. En el tiempo del golpe, durante el autoproclamado “gobierno” militar era común que las juventudes de izquierda se juntaran en ciertos puntos estratégicos para conversar, acaso dibujar el plan z, el mismo plan o de características similares que desarrollaron los revolucionarios para revocar al zar en la revolución rusa, el mismo plan que o parecido al que desarrollaron y llevaron a cabo aquel partido de vanguardia en febrero, para imponer la felicidad en un mundo que no era totalmente de izquierda. Nadie puede ver guerra en el horizonte, ni siquiera aquellos que habitan en ella, los únicos que pueden ver guerra a través de sus ojos son los que van a ella. Por aquellos días los militares iban a la guerra, día a día, noche a noche. Aquella tarde, un agente de la CNI, encubierto, se deslizó en las dependencias de la villa portales, entró en un departamento altamente localizado y sondeado por soplones, dejó una bomba dentro de ella, esperando a los terroristas (y ojala entre sus manos parte del plan z). Aquella tarde, un guerrero entró en el bunquer portales con una bomba en su bolso, y se fue sin un brazo al detonarle esta. El tipo jamás supo si la bomba fue detonada por aquel fantasma del otro frente. El brazo quedó en aquella película que dibujaba mientras caminaba hacia la villa. Lo que quedo en el lugar: el carnet de René Miranda Barrales, un extremista, altamente capacitado para derrocar un gobierno militar, en aquel Chile que solo vieron algunos, los otros, no llegaron aquel día a ese departamento. Ni siquiera mi tío. Quien se entero después, que el diario el mercurio lo había dado por muerto, ¿pero si yo estoy más vivo que mi juventud?, ¿Acaso había dos Chiles en ese momento: Uno en guerra y otro sangrando?
Tal parece que de manera posterior se enhebra el otro frente de guerra: Muertos durante la dictadura militar incluida gente del GAP, MIR, el Partido Socialista Y el Partido Comunista, súmesele al objeto de tortura del que fueron víctimas estudiantes universitarios (de ellos otros también asesinados) y aquellos semi-ciudadanos (Chilenos) de una nación que solo les pertenecía a algunos. Resulta que los victimarios son el 50% + 1 de quienes integraban el Chile de aquellos años, si fuera por porcentaje, tal parece que “Chile” era una especia de marca registrada por un monopolio de minorías. Y si así no fuese, si esto fuera un invento o culpa de una eyaculación mental y desenfrenada que muchos tenemos, quisiera comprender cual es aquella defensa de la “institucionalidad” que según palabras del mismísimo Augusto Pinochet Ugarte buscaban las fuerzas armadas, si aquella institucionalidad que comprendo es aquella que se pierde cuando un integrante de las mismas (fuerzas armadas) lleva a cabo un derrocamiento del presidente electo (golpe de estado) rompiendo (literalmente) la constitución de 1810 para llevar a cabo una "dictablanda" (dictadura) palabra que ocupase el honorable (¿?), para hacer referencia al mínimo grado de violencia (el máximo de todas las dictaduras latinoamericanas) al que recurrieron la DINA y la CNI para realizar sus ”interrogaciones”(torturas). Pero claro, Chile (CHILE S.A.) estaba sumido en la miseria en manos de aquel gobierno marciano (marxista) y debía recuperar su reputación (valor en la bolsa). ¿Estamos hablando del mismo Chile?(...) Y si así fuese ¿era posible que dos Chiles caminaran de forma paralela sin verse a los ojos? ¿Acaso había un Chile paranoico, inventando cual Pink Floid elefantes morados que revocaran a todo un ejército, aposentando en manos de jóvenes, la responsabilidad de hacer frente a una guerra que no existió?, cuanta gente muro aquel día en que los militares se tomar el poder encontrandose con el "otro frente que opuso la ferrea resistencia", ¿12...13? ¿Dónde estaba el otro frente de batalla?, ¿en la legua?, de un lado el ejército de Chile (no por eso chileno) y del otro ¿jóvenes revolucionarios?, ¿En dónde estaba aquella cuba revolucionaria, que justificaba el uso de bombas (como la de aquel dia), y persecuciones (ensañamiento), aquel 11 de septiembre y en adelante?(pudo ser hasta 1996 si hubiese ganado la otra franja publicitaria) En cuba. En donde más.


Constantemente me miro al espejo, miro mi conciencia y mis actos, miro mi barba y mi pelo largo, pero no encuentro al che Guevara. Tampoco veo la posibilidad que tengo, a los 23 años, para enfrentarme a una ametralladora que apunta en mis narices y sobre mis rodillas flectadas sobre el pavimento, no veo la agresividad que podría tener incado mirando hacia la pared, no encuentro el plan, encuentro mis ideales si, a demás mis verdades, mis intenciones, pero no encuentro un libro que detalle el asesinato de directivos militares. ¿Lo encontraron en ese entonces?¿Quién lo publicó? ¿Quién certifico su existencia?



Durante el gobierno militar, era común que jóvenes universitarios se juntaran (además de diseñar el plan macabro para derrocar al conde patula) a hacer lo que la juventud impone: Ser joven. Que puede imponer una cabeza de alguien que cursa su segundo año de universidad: ideales. Ganas de, hacer que. Da lo mismo: hasta de tomarse unos tragos de la manera más libre posible (no permitida), y tirar tallas y bailes silenciosos como suele hacerlo un joven a esa edad, de una u otra forma, aquellos terroristas, extremistas, dirigentes y alumnos de la universidad de Chile, como yo los soy ahora, de la Diego Portales, eran un peligro para la nación (¿de quién? ¿De los felices o los tristes?) Chile lloro y rio aquel entonces, como lo hizo siempre, y como lo hace ahora. Y como lo hará hasta que todo termine y vuelva a comenzar.

La estación central esta prendida absurdamente de las gordas palmeras talladas por numerosas luces navideñas. Chile puede ser el país en donde más dura la navidad, 3 meses antes y 3 mese después. En frente, Matucana oscura, como escondiéndose de la luz, como los ratones del dueño de casa que busca asesinarlas. La estación central es la dueña de Santiago centro, pero los ratones no son los centros comerciales de enfrente y de sus costados, claramente. Pero si habitan los toples, cafés, y restobares. De día habitan las calles de Meig, buscando los precios más bajos de Santiago, peleando por subir a las micros por las mañanas, desembarcando de los trenes, y desde las micros interprovinciales. Atravesando su majestuosidad incomprendida por fuera, sobre un colectivo a las 3:50 de la mañana. Las calles están vacías y la recorren animas pavorosas, desventurados ocasionales, o frecuentadores pacientes. Autos silenciosos por su velocidad, amagues de domingo que a pesar de ser sucesor del sábado, es su antónimo.
Llegando a Maipú, todo es más luminoso “Maipú iluminado”, es la consigna del alcalde, así desea evitar la delincuencia, a mi lado, el tipo aun ronca y la mujer borracha balancea su cabeza como roquero. Nadie habla, nadie conversa, en los autos nocturnos el hombre sufre transformaciones de estado involutivas, desde la euforia de los lugares de procedencia, hasta la calma del cansancio y el sueño. Es como superman desvistiéndose en una cabina telefónica. Los vestigios de un trabajo profundo, las líneas del metro comienzan a dibujarse como una columna vertebral implantada en una espalda desviada de un joven que nunca supo sentarse bien. Miro hacia arriba a través de la ventana del colectivo y me imagino lo que será todo esto. Los departamentos que se construirán alrededor del metro, lo lejos que estaré del centro y siento que es cada vez mas, porque Maipú comienza a construirse hacia arriba. Atravesar edificios, no es lo mismo que atravesar peladeros.
Mi nariz hipocondriaca acusa los síntomas del frio previo de la calle que me amenaza.



- te pago al tiro los $500 para los héroes-
-no flaco, ya no voy a los héroes-
-¿cómo? ¿Ya no vay a los héroes?



Jamás aprenderé a aprovechar las oportunidades. Eso lo tengo más que claro y asumido. ¿Por qué no le pasé los $2.500 al tipo y ya?, ¿de qué necesitaba conversarme? Si desde que subí al colectivo supe que me bajaría en la casa. Ya da igual, no me dio rabia, era una especia de desahucio que recorrió mi cuerpo unos segundos, y al apoyarme sobre la ventana del colectivo, continué el viaje, como lo haría cualquier persona que viaja solitaria por la noche en Santiago. El colectivo se estaciona en monumento esperando la luz verde. El tipo no mira por el retrovisor a pesar de que sabe que bajaré en la próxima cuadra. Miro hacia atrás y no veo micro alguna, tengo $500 pesos, y tomar un colectivo hasta mi casa cuesta $600. Sé que estaré en el paradero esperando la micro quizás cuánto tiempo más. Comencé a sentir frio antes de bajarme en la plaza y tras la hilera de colectivos acurrucados como piñén al costado de la calle.
Miré la paz ciudadana y estaba con los vidrios rotos pero con la luz encendida. A un costado de los colectivos los choferes conversaban como si fuesen vecinos. Los colectiveros se pasean de un lugar a otro como si las cunetas y la noche fueran su estado natural. En el paradero no había nadie, solo ellos y yo.



- ¿a dónde va socio?
- no te preocupes, espero la micro-



Cuanto me arrepiento de haber ido al carrete de la Carola. Siempre me arrepiento de las cosas pero por lo general, en la plaza de Maipú me arrepiento de todo. Recuerdo aquella vez en que me encontré solo en este mismo lugar, luego de haber ido a un carrete del Wilson con un objetivo amoroso y no haberlo consumado, cuando la noche comienza mal, jamás termina bien. Recuerdo que nunca antes había andado en micro solo a esa hora, siempre con amigos, con esa seguridad del otro, pero en ese momento sentí miedo. Apenas descendí de la micro que en ese entonces solo llegaban a la plaza, no supe que hacer, no tenia plata, había puesto mis tres Lucas en comprar un copete caro, no sé porque, me imagino que para impresionar. En ese momento estaba con los bolsillos vacios, solo, en la plaza de Maipú. De casualidad, encuentro $100, me dirijo al teléfono público, y llamo a mi casa.



-¿aló papá?
-sí, que pasa
-estoy acá en la plaza, sin plata, y no pasan micros-
-no sé yo, estoy durmiendo…vente luego-



Recuerdo que sentí mucha rabia hacia él, pero injustificada, jamás me fue a buscar a ninguna parte y menos lo haría a esa hora. La rabia que sentí, creo, venia de confirmar que mi papá era distinto a los otros papas. Más que permisivo, descuidado. Pero el sabia tan bien como yo que se podía salir de estas situaciones, que no era el destino aleatorio, esas situaciones se buscaban y cuando uno va en busca de algo debe terminarlo, mal o bien, pero terminarlo. Aquella vez, fue una de las únicas ocasiones en que me envalentoné para pedir algo, sabía que caminar a la casa, desde la plaza de Maipú era un suicidio, no quedaba más que pedirle al micrero que me llevara hasta el abrazo. Terminé abrazando mi almohada y desparramando mi cuerpo en mi cama, como siempre lo hacía luego de llegar de esas odiseas. Tuve suerte. En el fondo de mi relajo y enamoramiento por mi situación, supe que esa suerte se buscaba, tal y cual las situaciones.
Eran ya las 4:15 y aun no pasaba la micro. Me apoyé en el paradero, pensé que de lejos solo parecería una sombra, con mis converse azules, pantalones oscuros y chaqueta negra. Ansiaba la micro, increíblemente me encontraba en la misma situación desde hace unos minutos en plaza Italia, paradójicamente estaba tirando frente a una plaza. Un tipo con actitudes de mono, jugueteaba con los colectiveros portando en uno de sus manos una botella empañada con un líquido espeso. Los colectiveros se reían del tipo y el parecía reírse junto a ellos de sí mismo.
Lo miraba por segundos, sabía que una mirada era el llamado de atención para un vagabundo.
Las 4:30, vista hacia enfrente, en la municipalidad una pareja se besaba mientras a su lado un tipo votaba apoyado en un árbol todo lo que llevaba en exceso. Un colectivero le decía al otro que ya comenzaría su hora buena, que a las 5:00 comienzan a salir todos de las discos. Supe que ahí seria más complicado, cuantas peleas no vi a esas horas cuando si tenía plata para irme directo a la casa. Cuantos botellazos, cuantas escenas, imborrables.
Pensaba en todas aquellas cosas que me esperaban, y veo que viene la micro: 506. Me dejaría en el puente. Es increíble como otras veces la dejaba pasar por que me dejaría muy lejos. Ahora la amaba. Me acerco al paradero y levanto mi brazo derecho agitándolo como un abanico, pero ésta sigue de largo. Ahora si la desesperación me recorría entero junto a la camanchaca de sudor, como hormigas en una botella de Coca-Cola casi vacía. voltee para ver se detenía en el semáforo, pero siguió aunque bajando su velocidad incomprensiblemente, sentí que el chofer me invitaba a correr.
Cuando comenzaba a pensar si correr o no, afirmé mi bolso y me lancé calle abajo como en mis mejores tiempos, el sonido de mis monedas llamaron la tención de los colectiveros pero me olvidé de todo, me olvidé de ellos, del voladito, de la paz ciudadana con las luces encendidas pero vacía, me olvidé de la plaza, del semáforo en rojo y cuando ya había subido el último tipo, resulta que la micro no parte hasta que logro llegar a la puerta delantera y subir. Pocas veces di las gracias de manera tan genuina como esta vez.
No vi caras, no vi ropas, solo vi mi alivio y me senté en la corredera de asientos posterior a la puerta de en medio. Me deslicé sobre la silla de plástico y miré hacia la ventana tratando de ver mi cara en su reflejo, quería felicitarme quizás contener mi dicha con una leve sonrisa y contagiarme de ella, la plaza quedaba atrás y maldecía el momento en que decidí ir donde la Carola. Con todas mis fuerzas. Maldecía a las chiquillas, maldecía mis estúpidas intenciones de salvar la noche de aquel sábado, maldecía la noche misma y sus pertenencias, pero los maldecía contento, casi que sonriendo.
Mi vista atraviesa aquella dimensión como enfocando un binocular, para posarse Junto al templo, mi mirada se estancó en ese momento. Sentí una especie de dejabu, aquel momento lo había vivido tantas veces, la vuelta de los carretes pasando con la micro al lado del templo, dejándolo atrás lentamente, observando el residuo de la pequeña iglesia anterior, la oscuridad y su parte más alta que se perdía en el cielo, contrastada con la luz interior de la micro, mi capucha tirante sobre mi cabeza, mis manos cruzadas sobre mis pantalones, las veces que me vine de la villa portales con mis amigos, riendo, durmiendo, en silencio, borracho, consiente, pensativo.
Llego a mi casa con algo distinto, con las imágenes de la villa portales desnuda en mi cabeza, sus pasillos estrechos, sus calles escondidas, sus casas de rejas cómplices como cuevas de conejos, su entrada solemne que asemeja un peaje. Quizás el ingeniero la pensó así, enredada, turbulenta y silenciosa, pariendo sus edificaciones como siameses, ocultando los relatos que ahí se construirían, ¿y si Allende lo pensó así, como bunquer para sus queridos trabajadores? ¿Y si Allende siempre supo que la historia terminaría de tal manera?



Tantas veces que había pasado por la villa portales. En diferentes etapas de mi vida, desde el jardín infantil hasta en el colegio y ahora resulta que Jamás lo vi desde este lugar. Tal parece que los lugares cambian físicamente con el tiempo y es normal, el deterioro, la remodelación, la reedificación, pero también hablo del lugar de la cabeza. El lugar desde donde miramos todo, así como cambian las estaciones del año, todo cambia con el tiempo. Porque el pasado está vivo y se mueve de vez en cuando para desordenarnos el presente. Así terminamos como en aquellos juegos infantiles sobre la arenilla de las plazas, en donde giramos como un carrusel mientras otros impulsan la rueda, mirando hacia cualquier lado para aguantar el mareo, observando el cielo como desde dentro de una juguera, pensando que de alguna manera nos hemos ido pero es solo la conciencia, la arena siempre estubo bajo nuestros pies.
 
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